Ruby Cecilia
Santander
La luna llena, como el más potente
reflector, estaba conectada del
firmamento azul y estrellado. Con sus luminosos rayos pude ver un pueblito con
su viejo parque, sus pilas de agua cristalina, unos niños que jugaban en
rondas; otros que bailaban igual que sus trompos, cometas que ondeaban con el
viento, infantas que arrastraban sus muñecas de marfil, de barro y de trapo.
En
la torre de la iglesia las campanas de bronce llamaban a la oración; las
señoras, presurosas, acudían sin
tropiezos. Lo único que interrumpía su paso era el saludo de las personas que iban y venían por las calles sin huecos, sin basuras, sin
carros, sin motos. Vi a los viejos bonachones paseando tranquilos, tejiendo en
sus mentes sublimes proyectos circundados de honradez. Sólo en el diccionario
que tenían en sus manos, en la página 280 estaba la palabra “corrupción”.
De
pronto, el estallido de una bomba borró todo lo que vi. Ni parque, ni campanas
en la torre de la iglesia, ni infantes alegres, ni señoras, ni patriarcas, ni
agua pura, ni luz, ni calles transitables. Nada bueno había. Todo estaba
oscuro. La luna viajera se marchó a dar su luz a otros soñadores.
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